Por Huiarura, Colectivo Agrario Abya Yala -Buenos Aires, Argentina
Que la cabeza de la Junta Militar de la
Dictadura, Rafael Videla, haya muerto en prisión condenado por crímenes
de lesa humanidad no es cualquier cosa; que a 40 años del golpe
cívico–militar el proyecto de gobierno neoconservador y neoliberal del
actual presidente Macri tenga a Obama, presidente de los EE.UU, como
invitado de honor, no es cualquier gesto; que los medios de comunicación
difuminen la memoria nacional en “multitudes” que ocuparon las calles
recordando el golpe cívico-militar no es cualquier señal.
Es claro: Sin
amilanarse por el sabotaje gubernamental y mediático la sociedad civil
argentina recordó a sus muertos, desaparecidos, torturados y exiliados.
Como cada 24 de marzo los abrazó tal cual fuesen sus hijos, los reconoce
como forjadores, ancestros y mártires, recuerda que sus vidas
arrebatadas e inconclusas forjaron los derechos de su país y guían la
conciencia nacional bajo la consigna del ¡NUNCA MÁS!
Mientras tanto en la gélida soledad de los
perpetradores, el invitado de honor Obama lanza flores al mar en memoria
de las víctimas de la violencia estatal cuyo país financió con el Plan
Cóndor, un pésame ligero y superficial porque ocultó lo que tiene que
reconocer ante una Latinoamérica víctima del intervencionismo
norteamericano. Solo los fotógrafos de los medios de las clases
dominantes registran su gesto. Ningún organismo de derechos humanos le
quiso acompañar.

Las conmemoraciones de las oscuras noches
que se ciernen sobre los pueblos cuando éstos claman su libertad también
hacen parte de ese largo camino político y militante cuya utopía es
encaminar hacia una sociedad más justa e igualitaria. Las dictaduras
cívico-militares que han ensangrentado nuestro continente pertenecen al
desenvolvimiento de una historia del capital y la modernidad, en la que
la contradicción capital-trabajo ha forjado nuestros estados nacionales
en la periferia del sistema mundial, sus muertos, desaparecidos,
torturados, exiliados, familiares víctimas y victimarios han sido los
testigos de su paso por nuestra historia reciente.

Sin duda la disputa por el Estado ahora es
fundamental, llegar al Estado no es el poder, pero no disputarlo es
darle paso al vaciamiento de la política, es desconocer que “la
superación del capital como vínculo de dominio-subordinación y la
construcción de un nuevo tipo de relaciones basadas en la libertad y en
el reconocimiento recíproco entre personas, pasa entonces no por
la desaparición de la política y del Estado, pero tampoco por su
reproducción –con otro nombre y otros protagonistas- tal y como hoy nos
los representamos. Pasa más bien por la recuperación de la política y el
Estado como dimensiones humanas: por la superación de aquel tipo de
relación social que, enajenando la vida, corporalidad, trabajo y
voluntad de los seres humanos, resulta también en la confiscación de la
política, en la transferencia del poder de autodeterminación de los
hombres en un poder vivido como ajeno y en la política y el gobierno
como actividades especializadas y monopolio de unos cuantos”. (Roux,
1998)

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